Por si las voces vuelven (o por si septiembre te pilla igual que siempre)
Septiembre siempre vuelve, aunque te engañes en agosto. La salud mental no se arregla con agendas nuevas ni propósitos reciclados. A veces, lo único urgente es soltar lastre, dejar de fingir y prepararse para la limpieza que de verdad importa.
Agosto siempre fue una excusa. El mes de la tregua fingida, de hacer como que el mundo se detiene solo porque tú has conseguido, por un rato, no contestar emails. Aflojar el ritmo para que la resaca no se note tanto… Pero todos sabemos que no es verdad. El verdadero agosto se pasa esperando septiembre, y el verdadero septiembre siempre llega con la sensación de que no has descansado nada. Que lo que dolía antes del paréntesis sigue ahí, más fuerte, más agudo, más exigente.
Se habla mucho —demasiado— de salud mental. Como si repetir el mantra bastara para que dejen de doler las cosas. Como si con poner una foto de tu café y escribir selfcare al pie, el mundo interior se recolocara solo. La trampa, que ya es sistémica, es disfrazar el agotamiento de virtud, la tristeza de “reto personal”, la ansiedad de empuje. Pero la realidad es otra: la salud mental no se arregla en septiembre, ni con agendas nuevas, ni con propósitos, ni con más de lo mismo. Se arregla —si es que se arregla— metiendo mano en lo que duele, sacando a la luz lo que no quieres mirar, desmontando las ficciones que sostienen tu día a día.
Por eso no suelo recomendar libros de autoayuda (y menos aún en agosto), pero Por si las voces vuelven de Ángel Martín es otra cosa. Ya lo conté aquí hace un tiempo, pero merece la pena repetirlo: es un libro que no busca que te sientas mejor, ni te vende el relato de la superación milagrosa. Es un testimonio incómodo, directo, sin moraleja ni mensaje luminoso al final del túnel.
“Tuve que dar por muerto al tío que había estado construyendo durante 40 años. Este tío está roto. Hay que construir una persona nueva.”
Y si no te atreves con el libro (o te da pereza leer en agosto), dale una oportunidad al audiolibro, narrado por él mismo, o búscalo en cualquier podcast donde no tenga miedo de repetir lo básico: no hay receta, no hay épica, solo trabajo sucio y días de mierda.
La verdadera salud mental —la de andar por casa, no la de manual de empresa— empieza cuando te dejas de cuentos y miras lo que tienes delante:
- El trabajo que antes te motivaba y ahora te pesa como una losa.
- El grupo de amigos en el que finges estar bien para no ser el pesado de las quejas.
- La familia, la pareja, los hábitos que eran refugio y ahora son jaula.
- El cuerpo que grita lo que la cabeza se empeña en silenciar.
No se trata de sumar, sino de restar. No hace falta otro septiembre de rutinas nuevas y propósitos reciclados. Hace falta una criba: quién sigue, quién sobra, qué costumbres ya no aguantas ni un minuto más. La felicidad, si llega, viene después de la poda. Y para podar hay que ser cruel, al menos un rato, al menos con lo que te ha hecho daño sin que lo supieras.
Ángel Martín no tiene piedad con sus propios mitos, y eso se agradece.
“Todas las cosas que producen fricción en tu vida, todo lo que te roba energía y no te devuelve nada, es una bala en el cargador. Es cuestión de tiempo que explote.”
¿Cuántas balas llevas cargadas sin darte cuenta? ¿Cuánto hace que tu cuerpo te avisa y le contestas con silencio o con una pastilla?
Hay un cinismo cultural que lo envuelve todo: todo el mundo habla de burnout pero nadie deja el trabajo, todos hablan de toxicidad pero pocos se van de donde les enferman. Porque marcharse es caro. Y, en España, aún más: aquí “aguantar” es un mérito, una religión, un deber heredado. La salud mental es de cobardes, dicen los valientes de sofá.
Septiembre es el mes en que todo vuelve, incluso lo que no quieres que vuelva. Y cada año es la misma coreografía: las empresas publican posts de bienestar, los equipos de recursos humanos organizan talleres de mindfulness, los telediarios repiten el meme del “síndrome postvacacional”. Pero la rueda sigue girando, y la única manera de bajarse —aunque sea un rato— es admitir que no puedes, que no quieres, que necesitas un margen de verdad.
¿Has probado a decirlo en voz alta?
¿Has probado a perder amigos porque ya no te da la vida para sostener a los demás?
¿Has probado a romper rutinas solo porque ya no te representan?
No es bonito. No da likes. Pero, honestamente, a veces es lo único que queda.
El libro de Ángel (por si te animas a leerlo o a escucharlo, que para algo hay audiolibro) es un mapa para quien no tiene mapa. Es, sobre todo, un permiso para dejar de fingir. No es casualidad que el humor sobreviva en casi cada página:
“Quitar lo que no me hace feliz en vez de estar buscando constantemente lo que me hace feliz. Es mucho más rápido saber qué es lo que ahora mismo te sobra en tu vida.”
Ahí está la clave. No más listas de deseos, no más optimismo de saldo. Suma cero, por favor: quita, borra, suelta.
Por el camino, caerán algunas cosas que dabas por seguras:
Gente que no volverá a llamarte, y no pasa nada.
Proyectos que te parecían urgentes y ahora solo son ruido.
Rutinas que ya no te sirven más que para no pensar.
Y aparecerán otras:
El placer incomprensible de hacer nada.
El descanso real, no el que vendes en tus redes.
La soledad, elegida, no impuesta.
Las conexiones, pocas, pero ciertas.
Y, con suerte, después de todo ese vaciado, puede que te quede —sin buscarlo— algo que no venía en ningún plan de autocuidado: el humor. No el humor fácil, ni la risa de escaparate, sino esa capacidad —a veces mínima, a veces corrosiva— de mirarte en el espejo y no tomarte tan en serio. El humor como defensa, pero también como trinchera. El humor como último lujo que hay que cuidar y no dejar que te lo roben, por mucho que el mundo insista en uniformar las emociones (y ya hablamos de eso en este post). Porque incluso cuando todo lo demás se desmorona, conservar la capacidad de reírse —aunque sea a medias, aunque sea de uno mismo— es, muchas veces, lo último que queda antes de rendirse. Y eso no es poco.
“El proceso no es lineal, ni ascendente. Hay días mejores, y hay recaídas. Pero eso no significa que no estés avanzando.”
¿Quieres prepararte para septiembre? No te hace falta otra lista de propósitos.
Basta con parar y preguntarse a qué no quieres volver, con quién quieres seguir, qué estás dispuesto a perder para ganar aire.
No hay dignidad más grande que poder decir “hoy no”, que poder fracasar sin escándalo, que poder quedarse en la cama sin tener que justificar nada. La salud mental, al final, es un asunto de dignidad: aprender a perder lo que ya no necesitas para poder estar un poco mejor, aunque solo sea a ratos.
Quizá este agosto, lo único urgente sea dejar de mentirse. O empezar a ensayar respuestas más honestas cuando llegue la pregunta-trampa de septiembre: “¿cómo estás?”
No es fácil.
Tampoco lo es leer libros incómodos, pero aquí te lo dejo otra vez, por si las voces vuelven, o por si quieres prepararte de verdad para lo que viene: Por si las voces vuelven. Llévatelo a la playa, al tren o a donde no tengas cobertura. Léelo a trozos. O no lo leas, pero haz el ejercicio de ponerte frente a lo que llevas demasiado tiempo tapando.
Porque septiembre no te va a regalar nada. Y la salud mental tampoco se arregla sola, ni con libros, ni con consejos, ni con posts largos como este. Pero ayuda tener un espejo decente, y alguna referencia que no huela a moralina ni a coaching barato.
Por si las voces vuelven. O por si, por fin, decides dejar de mentir cuando toque volver. Eso, sí: que te pille haciendo limpieza.
El resto, lo veremos en octubre.