No era por la parte social

A veces compartir no es buscar eco, sino entenderse un poco mejor.

No era por la parte social
Photo by Austin Chan / Unsplash

Hace ya un tiempo que, casi sin darme cuenta, empecé a alejarme de eso que llamamos redes sociales. No fue por hartazgo repentino ni por una revelación mística. Simplemente, dejé de publicar con frecuencia.

Y no pasó nada.

No sabría decir qué fue antes —si dejar de alimentar Facebook o rendirme con Twitter—, pero sí recuerdo que cerré mi cuenta de Facebook a finales de 2019. Se quedó ahí, hibernando. Hasta que en 2024 la volví a abrir, de forma puntual, para compartir algo que no podía quedarse solo en los grupos de WhatsApp: el fallecimiento de Javi. Fue uno de esos momentos en los que uno necesita comunicar, no publicar. (No tengo título que poner).

Desde entonces, la cuenta sigue abierta, pero apenas la toco. Publico alguna cosa en abierto y poco más. Es un sitio al que no entro, pero que está ahí. Como un buzón que de vez en cuando alguien mira.

Con Twitter —o como se llame ahora— pasó algo parecido. Pasé de gestionar varias cuentas a quedarme solo con la mía. Y en ella, cada cierto tiempo, lanzo un enlace. Sin expectativas. Sin plan. Como quien deja una nota en un tablón que ya nadie mira.

Al tiempo que me alejaba de estas redes, empecé a prestarle algo más de atención —aunque sin demasiado entusiasmo— a LinkedIn, donde, entre tanto CEO enérgico y experto de catálogo motivacional, voy dejando estos posts que no siempre encajan, pero tampoco desentonan. Y aún hay quien los lee. Como quien se detiene ante el escaparate de una librería y, sin saber muy bien por qué, se queda mirando un título que le hace pensar, o le saca una sonrisa, o simplemente le hace parar un momento antes de seguir en su búsqueda de la dosis diaria de dopamina.

Y mientras todo eso se iba silenciando, el blog seguía. El de siempre. Sin necesidad de reinvención, sin comentarios ni métricas. Un lugar tranquilo donde ir dejando pensamientos, reflexiones, ideas sueltas. Esas cosas que no encajan en ningún otro sitio, pero que aquí sí encuentran forma. Como un cuaderno de notas donde se escribe para dejar constancia, no para generar reacción.

Si me hubieras preguntado hace diez años, habría dicho que mi relación con las redes era social. Compartir. Conversar. Buscar cierta conexión al otro lado. Incluso un poco de eco.

Pero no. Con el tiempo me he dado cuenta de que no era por la parte social.
O no solo por eso.

Era por la curiosidad. Por el juego. Por esa necesidad de decir “mira esto”. Las redes eran, durante un tiempo, un cuaderno abierto. Un lugar donde soltar ideas, probar formatos, pensar en voz alta.

Pero con los años, todo eso empezó a pesar.

Pesaban los algoritmos. El “tienes que publicar”. El scroll infinito. El postureo constante. Las mismas discusiones una y otra vez, con las mismas palabras y los mismos bandos.
Todo empezó a sonar demasiado alto, demasiado rápido, demasiado hueco.

Y justo entonces apareció Mastodon.

Fue como abrir un Twitter recién salido del envoltorio. Sin gritos. Sin tendencias. Sin broncas programadas. Un sitio donde uno publicaba algo y no pasaba nada. Y eso era bueno.

Poco después descubrí Pixelfed, y volvió a pasar lo mismo. Una alternativa a Instagram sin anuncios, sin stories, sin filtros con orejas. Fotos. Solo fotos. Y, además, en mi servidor. Sé cómo se guardan, qué se muestra y por qué.

Así volví a disfrutar de publicar colecciones como B&W, Retratos o Aerial. Pequeños conjuntos que no buscan impacto, solo memoria. No hay likes. No hay comentarios. Solo imagen. Y ya está.

Como explico en la página de inicio de idar.us:

“Este es nuestro rincón visual. Sin algoritmos, sin postureo. Solo nuestras fotos. Algunas con historia, otras por el puro placer de compartir. No buscamos likes, buscamos recordar.”

Y eso lo cambia todo.

Porque al final, no se trataba de desaparecer. Ni de romper con todo.
Se trataba de hacer sitio. De mudarse. De encontrar un lugar donde lo que compartes no se convierta en escaparate.

Y aquí estoy. Menos ruido. Más mío.