La ¿buena? educación

La ¿buena? educación

Cuando inscribimos a nuestros hijos en un colegio, a menudo buscamos más que una simple institución educativa. Esperamos un lugar que refuerce y complemente los valores que intentamos inculcar en casa. Valores como el respeto, la consideración y la responsabilidad. Sin embargo, resulta irónico —y a veces desalentador— ver cómo esos mismos valores se desvanecen en lugares tan comunes como el aparcamiento del colegio.

Cada mañana, llevo a mis hijas al colegio con la esperanza de que, en ese lugar, los valores que se les enseñen refuercen lo que aprenden en casa. Sin embargo, una escena recurrente en el aparcamiento me hace cuestionar si realmente estamos actuando de acuerdo con esos valores. Vehículos estacionados de manera desconsiderada, coches en doble fila, y una aparente indiferencia por las normas básicas de convivencia son el pan de cada día.

Este escenario cotidiano me llevó a reflexionar sobre una experiencia particularmente frustrante. Una madre, en su vehículo, decidió que era completamente aceptable esperar a sus hijos bloqueando el paso de otros. A pesar de mis intentos amables por pedirle que se moviera, su respuesta fue una negativa firme. Esta simple interacción, que duró apenas unos minutos, se sintió como una eternidad y me dejó pensando en cómo nuestras acciones cotidianas reflejan —o no— los valores que decimos tener.

Pero, en lugar de quedarme en la frustración, quiero ver esta experiencia como una oportunidad de aprendizaje. No para mis hijas, sino para mí y para todos los adultos que, de alguna manera, olvidamos la importancia de ser coherentes. Si realmente valoramos el respeto y la consideración, debemos ser los primeros en demostrarlo, incluso en situaciones tan mundanas como estacionar un coche.

La película "La Mala Educación" nos presenta una trama en la que las apariencias pueden ser engañosas, mostrando que lo que se ve en la superficie no siempre refleja la realidad subyacente. Del mismo modo, el aparcamiento del colegio, un espacio tan trivial, puede ser un reflejo microscópico de la sociedad en la que vivimos. Una sociedad que, a veces, prioriza la comodidad personal por encima del bienestar colectivo.

Sin embargo, no todo es desalentador. También he sido testigo de actos de amabilidad y consideración en ese mismo aparcamiento. Personas que ceden su lugar, que ayudan a otros o que simplemente muestran paciencia y comprensión. Son estos momentos los que me dan esperanza y me recuerdan que, aunque a veces fallamos, también tenemos la capacidad de actuar de acuerdo con nuestros valores.

El desafío radica en ser conscientes de nuestras acciones y en recordar que cada pequeña decisión tiene un impacto. Si deseamos que nuestros hijos crezcan en un mundo donde se valoren la consideración y el respeto, debemos ser los primeros en poner el ejemplo. No se trata de grandes gestos heroicos, sino de decisiones cotidianas que reflejen los valores que decimos tener.

La educación, en su esencia, va más allá de las aulas. Está en las conversaciones en la cena, en cómo reaccionamos ante la adversidad y en cómo tratamos a los demás, incluso cuando pensamos que nadie nos está mirando. Porque, al final del día, esos pequeños momentos son los que realmente cuentan.

Cierro con una reflexión para todos nosotros: las acciones hablan más que las palabras. No basta con decir que valoramos el respeto y la consideración; debemos demostrarlo en cada aspecto de nuestra vida. Es nuestra responsabilidad asegurarnos de que nuestras acciones diarias reflejen los valores que deseamos transmitir a las futuras generaciones. Porque en esos pequeños actos, en esos momentos cotidianos, es donde se encuentra la verdadera esencia de la educación.