No lo pierdas y no dejes que te lo roben

No lo pierdas y no dejes que te lo roben
Photo by Andraz Lazic / Unsplash

En distintas ocasiones he hablado de la importancia de tratar a la gente correctamente, de dispensar el trato que te gustaría que te diesen, aunque sea complicado. Es uno de los principios que me gustaría ser capaz de inculcar en mis hijas, creo que lo tienen bastante interiorizado, pero por si a caso de vez en cuando lo reforzamos.

El otro principio básico de la vida considero que es el sentido del humor, no hablo de la broma, la chanza o la burla, más bien hablo de tomarte las cosas con humor, intentar quitarle hierro al asunto, separar lo personal de lo profesional. Me ha costado muchos años aceptarme tal y como soy, con mis virtudes y mis defectos. He aprendido a vivir conmigo y a reírme de mi mismo cuando la situación lo merece. Esto abre puertas, afloja nudos y lubrica negociaciones, y lo he podido ver tanto en lo personal como en lo profesional.

Una frase ingeniosa en el momento oportuno relaja la tensión, pero si abusas corres el riesgo de quedar como un payaso (siempre me ha gustado escribir esta palabra como Pallazo, me trae buenos recuerdos de épocas prehistóricas).

Hoy ha sido un día, en contraposición con el de ayer, en el que me he aferrado a estos dos principios.

Por contextualizar diremos que ayer fue un día de esos desagradables de trabajo, de esos en los que el estrés y la presión de hacen casi llorar. Lo pasamos como pudimos, poniendo la mejor cara y sin que el casnancio, y eso que era lunes, minara nuestras capacidades de realizar nuestro trabajo. Para poner la guinda al día tuve el eterno dilema... ¿casa o gimnasio?.

Y ganó casa, aunque lo que necesitaba era cansarme físicamente en el gimnasio y generar las endorfinas que me faltaban. Al final un rato de familia, perro y sillón suplieron en parte esta necesidad.

Esta mañana me he levantado con bastante energía, es lo que tiene acostarse pronto, pero el universo ha decidido que tras un día de mierda no tocaba un día enérgico, que mejor empezábamos con un intestino suelto para memorar la mierda del día anterior.

Menos mal que ya tenemos una edad y una dosis de 5 gotas de probiótico hace maravillas... un café y a trabajar. En el camino a la oficina, mientras conducía mi moto, sólo podía pensar en el frío que tenía y en lo acelerado que estaba el tráfico, me fastidiaba ver a otros moteros impacientes, como si les fuese la vida en ello adelantando donde no había sitio y pasando rozando a los vehículos.

Tras ver a un par pasar ajustados he decidido que no, hoy no era el día de dejar atrás a los coches, ni siquiera a la furgoneta que llevaba pegada delante. Y ha sido precisamente esta furgoneta la que al salir de una calle de un carril a una rotonda de cuatro carriles y de esta a otra calle de dos carriles, ha pensado que era correcto ponerse en el segundo carril de la rotonda y entrar en el primer carril de la calle sin ver a la moto que estaba en el carril primero de la rotonda e iba al primer carril de la calle.

No es que no me lo esperase, es práctica habitual entre los conductores hacerlo así aunque no sea correcto, lo que pasa es que generalmente te ven cuando les pitas y vuelven a su carril levantando la mano como símbolo universal de disculpa.

Pero esta vez no ha sido así, cuando me he dado cuenta estaba en el frío suelo haciendo un inventario de mis partes del cuerpo...

  • ¿Cabeza? Bien, no ha recibido golpe
  • ¿Manos? las siento y veo los dedos
  • ¿Pecho? noto un golpe pero puedo respirar, nada de preocupar a priori.
  • ¿Piernas? Derecha bien, la puedo mover, el pie también y siento los dedos, veamos la izquierda... duele horrores al mover pero puedo moverla, siento los pies, muevo los dedos.
  • ¿Líquidos / Sólidos? no veo fluidos corporales, los pantalones no están húmedos, no hay indicios de huesos atravesando la piel.
  • ¿Resumen? Doloridos pero enteros.
  • ¿la moto? también parece estar bien, más o menos.

Y en este punto en que solo podía dar gracias por estar entero es cuando me he olvidado del día de mierda de ayer, de los marrones tanto laborales como corporales.

Los ocupantes de la furgoneta han bajado raudos, así como los de una ambulancia que iba con pasajero y no se podía quedar, me han retirado de la calzada, han movido la moto, han llamado a otra ambulancia y me han dejado con los dos ocupantes que, como he leído esta tarde en un libro, llevaban blanca hasta la sombra lo primero que les he dicho ha sido un tranquilos, estoy bien, la rodilla ha crujido pero estoy bien, no os preocupéis.

Les he intentado dar conversación mientras esperábamos a la ambulancia y a la policía, que siempre está en las inmediaciones pero que hoy debían estar en otras tareas, no estaba enfadado, estarlo no habría servido de nada, recriminarle que no me había visto y que casi se me lleva puesto no habría hecho retroceder el reloj unos minutos para haberles dejado pasar, simplemente nada podía cambiar la situación, solo nos quedaba afrontarla de la mejor manera.

Y eso es lo que he hecho conscientemente, con el personal de la ambulancia, con el equipo de urgencias que me ha tratado, dando las gracias por su atención y siempre con una sonrisa en la cara, hasta cuando me dolía a rabiar la pierna porque me la tenían que mover.

Echa un juramento me decía uno de los auxiliares, o enfermero no lo se, y yo le decía mientras me mordía el dedo ¿para qué, si me va a doler igual?

En todas y cada una de las pruebas que me han hecho he intentado ser lo más amable y colaborativo que podía, y ahora desde la cama del hospital donde espero a que pase la noche y me digan mañana si operan o qué han de hacer, sólo puedo seguir dando gracias.

Gracias por vivir en un país en el que tenemos acceso a la sanidad sin tener que hipotecar nuestra vida, gracias por vivir en la época que vivimos, por tener toda esa tecnología que nos permite cosas que hace 100 años eran casi brujería.

Gracias por poderlo contar una vez mas, y por permitirme demostrarle al maldito mes de abril que no va a poder conmigo.