Todo esto para no olvidarlo
Creamos segundos cerebros para ser más libres, pero ahora no sabemos leer sin subrayar, pensar sin archivar, vivir sin documentar. Guardamos ideas como quien guarda comida enlatada para un futuro incierto. Pero ¿y si lo esencial era lo que dejamos pasar sin capturar?
Hay una obsesión contemporánea que nos atraviesa casi sin darnos cuenta: la de no dejar escapar nada. Capturar, guardar, etiquetar, revisar. Convertir cada pensamiento en un ítem procesable, cada hallazgo en un archivo reutilizable. Como si nuestra cabeza —esa vieja, lenta, dispersa— ya no fuera suficiente. Como si lo único digno de ser vivido fuera aquello que se puede volver a encontrar después. No basta con vivir una experiencia: hay que registrarla, estructurarla, indexarla. Por si acaso. Por si mañana nos hace falta. Por si un día se convierte en contenido.
Tiago Forte, en Crea tu segundo cerebro, no se esconde: propone un sistema para externalizar el pensamiento. Convertir el conocimiento en activo, el recuerdo en archivo, la inspiración en producto. Suena funcional —y lo es—. Y no digo que no tenga mérito: el libro ofrece un método ordenado, que muchos necesitan. El sistema P.A.R.A. promete ordenar el caos digital (Proyectos, Áreas, Recursos, Archivo). El método C.O.D.E. nos guía desde la captura hasta la expresión. Y Forte insiste: no se trata de recopilar más, sino de usar mejor lo que ya tenemos. Optimizar lo que sabemos, no acumular lo que ignoramos.
Pero ese es justo el problema. ¿Qué tipo de relación con el conocimiento estamos construyendo cuando todo debe ser utilizable? ¿Qué espacio queda para el pensamiento improductivo, para el ocio mental, para lo que simplemente pasa y no deja huella? ¿Dónde cabe el desvío, la pausa, lo que no lleva a ningún sitio?
Forte dice que estamos sobrecargados de información pero huérfanos de significado. Tiene razón. Lo que no dice —al menos no del todo— es que el significado a veces nace de la fricción, del olvido, de la repetición. No de la eficiencia. No de tenerlo todo a mano. Lo importante, muchas veces, no aparece cuando lo buscamos, sino cuando estamos distraídos. Y en ese sentido, todo sistema que aspira al control total también limita el margen para el hallazgo inesperado.
Es tentador crear un archivo personal perfecto, una especie de biblioteca borgiana de nuestras ideas, lecturas, ocurrencias. Pero en esa tentación hay también un síntoma de época: el miedo a perderse algo. El mismo que nos hace hacer scroll hasta que duele el pulgar. El mismo que convierte cada email en una tarea, cada conversación en una nota, cada pensamiento en una semilla de productividad futura. ¿Y si no hiciera falta guardar tanto? ¿Y si lo valioso no necesita recordatorio, sino presencia?
Nos pasamos la vida registrando lo que vivimos, como si vivirlo no fuera suficiente. Queremos capitalizar cada lectura, cada charla, cada sensación. Y en esa lógica, el segundo cerebro puede convertirse en un pequeño monstruo: siempre hambriento, siempre exigiendo nueva información que clasificar, nuevo contenido que archivar. La paradoja es que cuanto más volcamos en ese sistema, menos nos queda dentro. Empezamos a pensar para archivar, no para comprender. A leer para subrayar, no para disfrutar. A escribir para reutilizar, no para expresarnos.
El “segundo cerebro” funciona. Pero no debería desplazar al primero. Y mucho menos convertirse en un tercero: ese que observa, archiva y analiza mientras tú intentas vivir. Porque entonces no estás viviendo, estás registrando. Eres el notario de tu propia vida. Un notario prolijo, ordenado, pero incapaz de improvisar.
No tengo nada contra la idea de capturar conocimiento. Yo también lo hago. Tengo libretas, notas, capturas, textos que un día me parecieron brillantes y hoy no entiendo del todo. Pero si algo me enseñó el tiempo —más que cualquier sistema— es que recordar no es retener: es reconstruir. Y que hay cosas que sólo aprendemos cuando las olvidamos y luego, sin buscarlas, vuelven. La memoria no es una base de datos. Es un músculo emocional. Y como tal, se entrena, se fatiga, se reinterpreta. No siempre dice la verdad, pero a veces —con suerte— revela lo que necesitamos saber.
Lo interesante —y lo más honesto que ofrece Forte, aunque lo diga de pasada— es que todo segundo cerebro es profundamente subjetivo. No hay un método único. Ni una herramienta perfecta. Lo importante no es el sistema sino el criterio. Y el criterio no se compra ni se descarga: se cultiva. Se ensucia. Se tambalea. Se corrige con los años. El sistema puede ayudar, sí, pero el juicio lo pone uno. Y eso no se automatiza.
En ese punto, el universo del PKM (Personal Knowledge Management) se convierte casi en una religión. Hay foros, gurús, cursos, frameworks que se actualizan como si fueran sistemas operativos. Y aunque hay herramientas potentes (obsidian, logseq, Tana…), también hay una especie de espejismo: el de que si lo organizamos todo suficientemente bien, entenderemos por fin quién somos. Lo curioso es que esa misma pulsión por capturarlo todo ha encontrado una bifurcación inesperada en el mundo del software libre y autoalojado. Donde antes todo giraba en torno al conocimiento personal, ahora empieza a girar también en torno a la infraestructura: ¿en qué servidor, bajo qué protocolo, con qué nivel de privacidad?
Y desde esa esquina casi militante del opensource, llega otro giro: la promesa de automatizar la captura. De que un sistema lea por ti, resuma por ti, decida qué merece la pena. Firecrawl, por ejemplo, dice que puede convertir cualquier web en un dataset conversacional para un modelo de lenguaje. Es decir: ni siquiera necesitas leer para saber. Ni subrayar para recordar. Ya no se trata de tener un segundo cerebro. Se trata de tener un cerebro delegado. Una inteligencia artificial que archiva lo que tú no quieres —o no puedes— procesar. Y lo inquietante no es que eso sea posible. Es que empieza a parecer razonable.
A veces me pregunto si no nos estamos convirtiendo en una generación de curadores de ideas ajenas. Coleccionistas de sabiduría en miniatura. Con más subrayados que certezas. Con más bibliografía que biografía. Quizá nos vendría bien recordar que lo que no se escribe, también cuenta. Que lo que no se archiva, también deja huella. Que no todo es procesable, ni todo merece ser guardado. Que hay belleza —y libertad— en dejar ir.
Así que sí: usa Notion si quieres. Crea tu segundo cerebro si te ayuda. Monta tu propio servidor. Prueba Firecrawl. Pero no dejes que te anestesie la memoria. Ni que convierta la vida en un proyecto gestionable. No todo lo que pensamos necesita un contenedor. No todo lo que sentimos cabe en una etiqueta. No todo lo que se pierde… está perdido. Y no todo lo que se olvida… deja de tener valor.