miedos y temores

No, no estoy aquí de nuevo para exculparme por no actualizar éste blog, no es mi intención contar los tejemanejes de mi día a día, esos quienes los deben de saber ya los saben.

Estoy aquí porque no tengo donde ir, no tengo donde expresar el miedo que me ha dado esta tarde recibir una llamada de mi madre diciéndome que acababan de llegar a casa, que a mi padre le había dado  un ataque, una crisis de ansiedad y que ya estaban en casa, que «todo estaba bien». No, podéis ni imaginar por un instante lo que es entrar en el salón de casa de tus padres y encontrarte a tu padre, un hombre imponente, una persona cuya presencia hace encogerse al más pintado sentado, por no decir tumbado, en un sillón orejero con una manta hasta la barbilla balbuceando en sueños mientras sus ya cansados ojos dejan caer unas lágrimas.

Esa impotencia de ver a una persona que todo lo puede cansado, atormentado en sueños por las tareas que tiene que hacer al día siguiente… esa impotencia no la había sentido nunca, y a Dios le pido que aleje esa hora de mi, porque lo único que puedo pedir es que retrase el fatídico momento lo más que pueda, porque ambos sabemos que un día el susto dejará de serlo y sólo quedará el silencio. Hoy gracias a Dios, valga la redundancia, no ha sido más que eso, un susto.

Lo curioso es la extraña entereza con la que afrontas los momentos de crisis, esa capacidad que parezco tener (o eso me parece a mi) de poder mantener la cabeza fría y «saber hacer», pero claro eso puede que sea sólo una percepción producida por los propios nervios de las situaciones. No debo olvidar que luego en los momentos más ridículos suelo explotar y utilizar medidas desproporcionadas para solucionar problemas que al mirarlos en retrospectiva parecen nimios.

Se que desde mañana (bueno, hoy) debo plantearme la vida de una manera muy diferente, esperemos que esta transición no sea demasiado traumática y sepa estar a la altura de las circunstancias…