La vivienda como eje de la desigualdad socioeconómica

El acceso a la vivienda ha dejado de ser simplemente una necesidad individual para convertirse en un factor estructural de la desigualdad social. Esta es la premisa principal de Vivienda. La nueva división de clase, de Lisa Adkins, Melinda Cooper y Martijn Konings, un ensayo que analiza cómo la propiedad inmobiliaria ha pasado de ser una meta de estabilidad personal a un activo financiero clave en la distribución de la riqueza y el poder.
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Del acceso masivo a la vivienda a la crisis del alquiler
Durante gran parte del siglo XX, la propiedad inmobiliaria fue promovida como un pilar del bienestar económico. Políticas públicas y sistemas de financiación accesibles facilitaron la compra de viviendas para las clases medias, consolidando la idea de que el esfuerzo personal permitía el acceso a la propiedad. Sin embargo, en el siglo XXI, la liberalización del mercado, el encarecimiento del suelo y la financiarización de la vivienda han cambiado este panorama, relegando a muchas personas al alquiler permanente.
El modelo de vivienda también ha cambiado drásticamente. Mientras que en el pasado predominaban las casas unifamiliares y edificios de baja densidad en entornos suburbanos o urbanos accesibles, hoy las nuevas construcciones se concentran en grandes desarrollos verticales y zonas periféricas con infraestructuras limitadas. Este cambio ha modificado no solo los patrones de movilidad, sino también las condiciones de vida, encareciendo los costos de mantenimiento y dificultando la estabilidad habitacional.
Además, el acceso a la vivienda ya no depende exclusivamente del nivel de ingresos, sino que está cada vez más condicionado por la herencia y la acumulación patrimonial previa. Este fenómeno debilita el ideal meritocrático, ya que la propiedad inmobiliaria ha pasado de ser una meta alcanzable mediante el esfuerzo individual a un privilegio reservado a quienes ya cuentan con un respaldo económico familiar.
La vivienda como activo financiero y herramienta de exclusión
En la economía actual, la acumulación de activos ha sustituido al trabajo como principal factor de movilidad social. La vivienda, que tradicionalmente se concebía como un bien de uso, se ha convertido en un activo financiero clave. Ser propietario no solo proporciona estabilidad residencial, sino que también permite acceder a financiación, inversión y emprendimiento. No obstante, esta misma dinámica refuerza la desigualdad: quienes no poseen un inmueble quedan excluidos de estas oportunidades y enfrentan una inseguridad habitacional constante.
Los propietarios también enfrentan costes estructurales que van más allá del precio de compra, incluyendo impuestos, tasas de mantenimiento, adecuaciones normativas y contribuciones comunitarias. El impago de estos compromisos puede llevar al embargo de la propiedad, afectando a quienes, a pesar de ser propietarios, viven en situaciones de vulnerabilidad económica.
Esta brecha entre propietarios e inquilinos impacta en múltiples dimensiones de la vida, desde la estabilidad familiar hasta la posibilidad de planificar la jubilación. La inseguridad en el acceso a la vivienda está retrasando o directamente impidiendo la independencia económica de las generaciones más jóvenes, afectando su capacidad de ahorro, reproducción y movilidad social.
Políticas económicas y la mercantilización de la vivienda
El mercado inmobiliario ha sido moldeado por políticas que han favorecido la concentración de propiedades en manos de grandes inversores, lo que ha impulsado la especulación y reducido la oferta de vivienda asequible. Fondos de inversión y propietarios institucionales han acaparado el mercado, encareciendo los precios y dificultando aún más el acceso a la propiedad para las clases medias y bajas.
La respuesta de los gobiernos ha variado. En algunos países, se han implementado políticas de vivienda social y regulaciones del alquiler para mitigar la especulación; en otros, la liberalización del mercado ha intensificado las dificultades de acceso. Además, la creciente inversión extranjera en bienes raíces urbanos ha exacerbado el problema, elevando aún más los precios y desplazando a la población local de los centros urbanos.
El libro sostiene que la transformación de la vivienda en activo financiero ha modificado el sistema de clases en las sociedades contemporáneas. A medida que la propiedad inmobiliaria se convierte en el principal motor de acumulación de riqueza, los sindicatos y el estado del bienestar pierden relevancia como herramientas de movilidad social, provocando una crisis de identidad en la clase media.
Regulación y accesibilidad: el impacto de las normativas
Las regulaciones en el sector de la construcción han evolucionado significativamente en términos de seguridad, sostenibilidad y eficiencia energética. Mientras que en décadas anteriores los estándares eran más laxos, las normativas actuales han elevado los costes de edificación, lo que ha repercutido en el precio final de la vivienda. Si bien estas medidas buscan garantizar construcciones más seguras y eficientes, han dificultado el acceso a una vivienda asequible para amplios sectores de la población.
A su vez, la escasez de políticas efectivas de vivienda pública ha profundizado la segmentación socioespacial. La oferta de vivienda asequible es insuficiente en comparación con la demanda, lo que refuerza la brecha entre quienes pueden heredar una propiedad y quienes dependen del alquiler en un mercado cada vez más restrictivo.
Vulnerabilidad patrimonial: el caso de empresarios y autónomos
A menudo, se asocia la figura del empresario con la acumulación de riqueza y poder, pero en la práctica, este término abarca desde grandes corporaciones hasta pequeños negocios que operan con márgenes reducidos. En este contexto, la vivienda no solo es un bien de uso, sino un activo que puede ser utilizado como garantía financiera.
Para muchos pequeños empresarios y autónomos, la vivienda representa su principal respaldo económico. Puede servir como aval para obtener crédito, pero también supone un riesgo: en caso de dificultades financieras o quiebra, la vivienda puede ser embargada, dejando a estas personas en una situación de extrema vulnerabilidad.
La diferencia entre un empresario con un sólido respaldo patrimonial y otro que depende exclusivamente de sus ingresos es enorme. Mientras que los primeros pueden acceder a financiación sin comprometer su estabilidad habitacional, los segundos enfrentan barreras estructurales que los exponen a una mayor precarización. La falta de acceso a la propiedad limita las oportunidades de emprendimiento y refuerza la desigualdad económica.
Además, en sistemas donde las deudas empresariales pueden repercutir directamente en el patrimonio personal, la vivienda deja de ser un espacio seguro para convertirse en un activo sujeto a incertidumbre. Esto pone de manifiesto la necesidad de políticas que protejan a los pequeños empresarios y trabajadores autónomos de la precarización financiera y del riesgo de perder su hogar por situaciones ajenas a su control.
Reflexiones finales

El acceso a la vivienda se ha convertido en un eje central de la desigualdad social. Si en el pasado era un símbolo de estabilidad y progreso, hoy se ha transformado en un mecanismo de exclusión y concentración de riqueza. Vivienda. La nueva división de clase expone cómo esta realidad ha redefinido las estructuras de clase y plantea la necesidad de repensar modelos de acceso, políticas de regulación y estrategias de intervención pública para garantizar un acceso más equitativo a la vivienda.
El debate no solo gira en torno a la propiedad de la vivienda, sino a su papel en la configuración del poder económico y social. Si la riqueza ya no se genera a partir del trabajo, sino de la acumulación de activos, ¿qué implicaciones tiene esto para la movilidad social del futuro? ¿Hasta qué punto pueden las políticas públicas revertir esta tendencia sin afectar el modelo económico actual? Estas preguntas quedan abiertas para el análisis y la reflexión, y ponen en evidencia la urgencia de abordar el problema de la vivienda desde una perspectiva estructural y no meramente coyuntural.