La realidad cocinada

Hay quien cocina la realidad por comodidad: quita lo feo, añade lo que falta y sirve algo convincente. El problema llega cuando el comensal deja de preguntar por el origen y solo mira el emplatado.

La realidad cocinada
Photo by Daniel Nijland / Unsplash

No sé si os pasa, pero cada vez me ocurre más a menudo: veo una imagen y, sin que haya nada objetivamente “mal”, el cuerpo me dice que ahí hay algo raro. No es un fallo evidente, no es un dedo de más, no es una sombra imposible… es un desajuste de tono. Como si la foto estuviera en el sitio correcto, pero con una temperatura emocional que no corresponde.

Hoy es 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes. El día perfecto para desconfiar un poco sin que te miren raro. Lo inquietante es que esa desconfianza ya no depende del calendario… empieza a ser una reacción casi automática ante ciertas imágenes, incluso cuando están “bien” y están “acreditadas”.

Paréntesis necesario antes de seguir.

Al final del post hay un bonus para quienes están en la lista de correo.
Se llama «Un post a la semana, o cuando sale», es gratis, llega por mail y está pensada para leer con calma, lejos de gurús y del algoritmo.

Luego no digas que no avisé. Seguimos.

Parece interesante

Y cuando bajas esa sensación a un caso concreto, se entiende rápido. En El Español ocurrió con una noticia sobre políticos (Leire Díez, Santos Cerdán, Vicente Fernández) implicados en presuntos casos de corrupción, ilustrada con una imagen generada por IA en la que aparecían sentados en una mesa de restaurante. El pie de foto decía textualmente: «Leire Díez, Santos Cerdán y Vicente Fernández alrededor de una mesa en una imagen generada con inteligencia artificial. Diseño: Lina Smith / Recursos de Open IA y Grok».

La reacción fue inmediata. Comunidad periodística, usuarios de redes, indignación. Y después, días más tarde, la retirada. La imagen desapareció, pero el debate se quedó. Y eso también dice cosas, porque retirar una imagen puede apagar un incendio puntual, pero no recompone lo que se ha tocado por dentro: la expectativa del lector.

Y aquí, para mí, el detalle está en el propio pie de foto. Esa fórmula es casi más reveladora que la imagen en sí. No estamos en el terreno del “foto de” o “agencia”, sino en el de diseño y recursos, como si estuviéramos hablando de maquetación o de una infografía. Y ese desplazamiento, que sobre el papel puede parecer inocente, mueve el foco: la pregunta por quién estuvo allí deja de ser la primera… y gana terreno otra, más cómoda y más resbaladiza, la de qué han construido para ti.

A partir de ahí, lo importante no es convertir a El Español en el culpable único. Lo importante es que el caso cristaliza, en una escena muy sencilla, una pregunta incómoda: ¿qué estamos aceptando cuando vemos una imagen en un contexto informativo?

Durante años, sin necesidad de escribirlo en ningún manual, existió un pacto básico entre lector y medio: si estás viendo una foto en una noticia, ese instante existió y lo estás viendo porque alguien estuvo allí y la tomó. No es que la foto fuese “la verdad” (eso sería ingenuo), pero sí era una prueba de presencia. Una evidencia imperfecta, sesgada, recortada… pero anclada en la realidad.

Ese pacto incluía, además, imperfecciones que eran parte del valor. La luz podía ser mala, el encuadre discutible, el gesto incómodo. Había barro, prisa, distancia, gente que se cruzaba. La fotografía no venía a dejarlo todo bonito: venía a traer una porción de mundo.

Por eso el problema no es “usar IA”, dicho así, en abstracto. El problema aparece cuando, en una noticia especialmente sensible, se sustituye el testimonio por una creación. Da igual que la imagen esté etiquetada: si una simulación ocupa el lugar simbólico de la fotografía, le estás pidiendo al lector que acepte una regla nueva con la confianza antigua.

Y el periodismo vive de esa confianza acumulada, de pequeños automatismos que hacemos al leer. Si cada imagen exige abrir un paréntesis mental (“¿esto es real?, ¿esto es recreación?”), el lector se cansa. No se indigna siempre… se cansa. Y el cansancio, en esto, es mortal.

Además, el fotoperiodismo ya venía tocado (o, al menos, esa es la sensación en muchas redacciones): menos recursos, menos encargos, más material cedido, “de cortesía”, más imágenes que llegan por vías indirectas. Se recorta coste y se recorta tiempo, y ese doble recorte no suele salir gratis. Cuando el suelo ya está resbaladizo, meter IA en la ecuación no es “innovar”: es hacer más fácil el derrape.

Por eso se habla de precedente peligroso. No porque la IA sea el demonio, sino porque cambia el tipo de control que tienes sobre el relato visual. La fotografía siempre ha tenido visión editorial, claro. El fotógrafo decide el encuadre, el momento, lo que queda dentro y lo que queda fuera. Puede empujar la comprensión de una escena hacia un lado u otro, incluso sin querer. Pero esa visión estaba limitada por el mundo físico: por dónde estabas, por lo que pasó, por la luz que había, por la gente que se movía.

La IA lleva esa visión al extremo. Ya no seleccionas el momento: lo inventas. Ya no eliges entre opciones que ocurrieron: generas la opción que encaja con lo que quieres contar. Y ahí, sin necesidad de una conspiración, aparecen usos tentadores: “necesito ilustrar esto, no tengo foto, no quiero pagar una agencia, no quiero mandar un fotógrafo, no quiero esperar, no quiero molestar a nadie”. Una lista de “no quiero” que suena demasiado familiar, porque es exactamente la lista que sostiene buena parte de internet hoy.

En las agencias tradicionales esto se ha tomado siempre como un asunto serio. En las grandes agencias hay protocolos y límites sobre qué se puede tocar y qué no, y también una cultura de rendir cuentas: poder explicar el proceso de edición, justificar decisiones, mantener trazabilidad. No se trata de que la foto sea “pura”, se trata de que sea defendible como representación de lo ocurrido.

Y ese sistema de garantías funciona mientras hay una fotografía que defender. La IA lo complica con una facilidad pasmosa, porque ya no hablamos de ajustar una imagen: hablamos de generar una escena. No hay “edición” que declarar, hay creación. Y si eso se cuela en la noticia, el valor periodístico de la imagen se queda fuera, incluida la exclusividad de un momento real. Una imagen generada por IA podrá ser impactante, bonita, convincente… pero no puede replicar lo que hace valiosa a una fotografía de verdad: que ocurrió y alguien estuvo allí para traerla.

En medio de todo esto aparece una figura que cada vez vemos más, aunque todavía no sepamos muy bien cómo llamarla: gente que no fotografía, sino que produce imágenes a base de descripciones. En el podcast «Monos estocásticos» lo nombraron con dos etiquetas que me parecen bastante útiles: prontógrafos para quienes trabajan a golpe de prompt y “realismo mágico” para ese punto en el que la imagen parece documental, pero lleva un añadido que reorienta el sentido. Lo explicaban con un ejemplo muy claro: una foto perfectamente reconocible de la meseta y, de repente, el Quijote plantado ahí. No es un adorno inocente, es un giro de lectura. La foto deja de ser “esto es así” y pasa a ser “esto significa esto otro”.

El problema es que en periodismo el “podría ser” es dinamita. El periodismo no trabaja con plausibilidad, trabaja con hechos verificables. Ese “realismo mágico” está muy bien en arte, en publicidad, en ilustración, incluso en memoria personal… pero en noticias sensibles es jugar con fuego. Y lo peor de jugar con fuego no es quemarte una vez, es acostumbrarte al calorcito.

Y aquí conviene ampliar el foco, porque esto no es solo “cosa de medios”. También nos está pasando en el bolsillo, sin necesidad de polémicas. Las cámaras de los móviles llevan tiempo dejando de “capturar” para reconstruir. Modo noche, HDR, retratos con desenfoque artificial, piel suavizada, cielos mejorados. A veces el resultado es maravilloso, otras veces un poco de plástico, pero lo importante no es si te gusta más o menos: lo importante es que nos hemos acostumbrado a que la imagen venga corregida. A que el recuerdo llegue “arreglado” antes incluso de que tú decidas nada.

Y aquí está la diferencia que conviene no perder: una cosa es aceptar esos retoques en tu álbum personal, donde el objetivo es recordar (o recordarte) de una determinada manera… y otra muy distinta es trasladar esa lógica a la información, donde el objetivo es poder comprobar. Pero el hábito se cuela igual. Cuando eso se vuelve normal, la frontera mental se desplaza. Si acepto que mi foto familiar sea una composición de varias tomas y un ajuste automático de luz, ¿por qué me va a parecer tan raro que un medio use una imagen sintética “para ilustrar” algo? La lógica de fondo entra sin hacer ruido: si se ve bien, sirve.

Aquí encaja un fenómeno que parece menor, pero que es muy ilustrativo: el headshot perfecto. Subes unas cuantas fotos tuyas, eliges un estilo (“corporativo”, “creativo”, “casual profesional”, que ya es un género literario) y te devuelven veinte retratos en los que pareces tú, pero más limpio, más seguro, más “listo para oficina”. A nivel personal, es comprensible. A nivel editorial, es un regalo envenenado.

Porque ese retrato no se queda en tu perfil. Se convierte en un recurso. Y el salto es corto: si el entrevistado ya tiene una imagen “apta”, el medio lo tiene aún más fácil. No hace falta mandar un fotógrafo, ni cuadrar horarios, ni soportar esa sesión incómoda de diez minutos en la que nadie sabe muy bien dónde poner las manos. Tampoco hay que sufrir con las fotos que llegan “cuando puedas”, hechas con luz de cocina, móviles antiguos y ese enfoque que decide fijarse en el fondo, no en la cara.

El retrato sintético llega ya planchado. Fondo limpio. Cara centrada. Todo “bien”. Y si además el entrevistado lo entrega encantado porque siente que sale favorecido… asunto resuelto.

La imagen perfecta se impone por cansancio. No porque alguien se levante una mañana con ganas de cargarse la fotografía, sino porque la cadena de decisiones pequeñas siempre va hacia lo cómodo.

Y aquí el círculo se cierra por una vía más silenciosa: cuando el retrato que acompaña a una entrevista ya no tiene relación con el momento de la entrevista, cuando no ha pasado por ese contexto, estás entrenando al lector a aceptar imágenes “adecuadas” en lugar de imágenes “procedentes”. El cambio es sutil: pasas del origen al aspecto. De “esto viene de aquí” a “esto queda bien aquí”.

La foto deja de contar algo y pasa a rellenar un hueco. Y cuando la imagen se convierte en relleno, lo que pierde el texto no es solo estética: pierde anclaje. Pierde un pedacito de mundo.

Y luego está el futuro, que siempre llega antes de lo que nos apetece. Ramesh Raskar hablaba de un mundo de “no cámara”: capturas datos (posición, momento, contexto) y la IA compone la imagen. Si lo miras con calma, no suena a ciencia ficción… suena a la evolución natural de lo que ya hacemos con el móvil. Ya no guardamos momentos: guardamos recuerdos fabricados, editables, corregibles, más bonitos que la vida y, por tanto, más tentadores.

En ese escenario, la pregunta deja de ser “¿esta imagen es real?” y pasa a ser “¿para qué existe esta imagen?”. Si es para recordar, quizá nos dará igual. Si es para vender, probablemente nos seduzca. Si es para informar, el listón debería estar mucho más alto.

Al final, a mí lo que me inquieta no es la herramienta, ni siquiera la trampa explícita. Lo que me inquieta es lo fácil que es deslizarse desde el testimonio hacia el decorado sin que nadie parezca responsable. Un medio publica una imagen generada, la retira cuando hay lío, y seguimos. Pero el siguiente paso es más pequeño. Y el siguiente, casi invisible.

Y eso no se arregla retirando la imagen ni con un pie de foto que lo deje “claro”. Lo único que nos queda es recuperar una costumbre: mirar un segundo más, con menos prisa, y preguntarnos de dónde sale lo que estamos viendo. No para vivir desconfiando de todo, sino para recordar algo simple: en información no basta con que una imagen “quede bien”.

Si nos da igual la procedencia, al final solo nos queda el decorado.

Como en los últimos posts, os dejo la infografía del artículo y su audio de acompañamiento. Espero que os guste y, sobre todo, que os sirva para quedarnos con las ideas principales sin tener que releerlo entero.