La perspectiva que da una buena charla

A veces surge una conversación sencilla que, sin proponérselo, coloca cada cosa en su sitio y deja una claridad discreta que se agradece, y basta con que la compañía sea la adecuada para que lo de siempre se vea con esa calma que uno no encuentra todos los días.

La perspectiva que da una buena charla
Photo by Jay Wennington / Unsplash
Escribo esto al día siguiente de la comida, con esas sensaciones todavía cerca y sin tener claro cuándo lo publicaré, si es que lo hago. (Y, dado que lo estás leyendo, está claro que al final se ha publicado). Hay textos que encuentran su momento enseguida y otros prefieren quedarse un tiempo en reposo… y este, en el momento de escribirlo, sigue ahí, a medio camino.

No suelo salir a comer, más por hábito que por otra cosa. Mi rutina va por otros derroteros y, si me dan a elegir, prefiero comer en casa, cocinando a mi ritmo… aunque eso daría para otra entrada y no es lo que toca ahora. El caso es que ayer hice una excepción, y me alegro de haberla hecho.

La excusa era sencilla: solo habíamos coincidido en persona una vez, aunque ya nos habíamos cruzado en alguna conversación suelta. Nada que permita conocer a alguien de verdad. Y, aun así, él sabía más de mí por el blog de lo que suelo contar cuando tengo a la otra persona delante. Lo que no imaginaba era que la charla fluiría tan fácil, tan limpia de artificios… y que acabaría viéndole con más cercanía de lo que esperaba al sentarme a la mesa.

Hasta ayer solo tenía la imagen profesional que uno forma con referencias sueltas y alguna conversación intermitente. Sentados a la mesa pude escucharle sin prisas, lejos de las reuniones apresuradas y de las frases prefabricadas… y ahí apareció una parte de su recorrido que no conocía. No hablo de grandes revelaciones, sino de cómo cuenta uno las cosas cuando está a gusto, con ese tono pausado que deja asomar matices que muchas veces pasan inadvertidos. Esa forma de explicarse, directa y sin adornos, me ayudó a situarle mejor y a verle de otra manera.

Su empresa presta servicios a mi sector, aunque él llega desde una trayectoria bastante distinta. Ayer, con la conversación tranquila, entendí mejor cómo entiende su papel ahí, dicho con una claridad serena que acompañó bien el tono del encuentro. Salieron también cuestiones del trabajo, del sector y de este momento raro en el que todos nos movemos… siempre desde lo personal, sin grandilocuencias ni tecnicismos. Fue una de esas sobremesas en las que lo profesional y lo humano se mezclan sin que uno lo piense, y en las que acabas comprendiendo cómo ve las cosas casi sin darte cuenta.

Vuelvo a la comida, que es lo que importa aquí: una comida normal, sin etiquetas. Un rato que empezó sin prisa y terminó en una sobremesa larga, animada, de esas en las que el tiempo pasa sin que nadie se dé cuenta. Hablamos sin tapujos, sin las frases de compromiso que se activan cuando el cargo toma la palabra, sin la rigidez que imponen ciertas reuniones donde uno se limita a representar un rol. Ayer no había roles, solo dos personas conversando con tranquilidad.

Salieron fragmentos de su vida y de la mía. Preocupaciones, emociones, lo que cada uno lleva encima aunque no lo verbalice todos los días. Nada melodramático; simplemente lo que somos cuando dejamos de hablar desde la tarjeta de visita. Fue una conversación respetuosa y directa, sin máscaras, algo menos habitual de lo que debería.

Al final de la conversación, cuando ya nos íbamos, me vino a la cabeza la canción de Loquillo, «Feo, fuerte y formal». En concreto ese verso:

«Mi familia no son gente normal,
de otra época y corte moral.
Resuelven sus problemas de forma natural.»

No sé si fue por identificación o por ironía… seguramente por ambas cosas. Es un sí pero no que me resuena. Entre él y yo hay ese aire de gente que observa primero, que piensa despacio, que no persigue modas ni ruido. No es que uno pertenezca a otra época; es que a veces conviene mirar el sector con cierta distancia y no desde el vértigo de lo inmediato.

No sé si de este encuentro saldrá algo más, o quedará simplemente como un buen recuerdo. Lo que sí tengo claro es que ayer conocí a la persona más allá del cargo, y eso no pasa todos los días. No por épica, sino por naturalidad: alguien con historia, con criterio, con dudas razonables, con una trayectoria distinta a la mía y sin necesidad de revestirla de importancia.

Quizá por eso hoy sigo dándole vueltas. No por la comida, que estuvo bien, sin más, sino por lo que significa encontrar a alguien dispuesto a hablar desde lo personal y no desde la postura. Al final, esa es la diferencia entre quienes conversan y quienes solo generan ruido.

Y, a estas alturas, prefiero quedarme con quienes conversan.