La era de los quioscos
Resulta algo muy old school, por no decir viejuno echar la mirada atrás y recordar las horas de la salida del colegio, cuando de camino a casa a la hora de comer marchábamos de ruta pasando por las diferentes papelerías del barrio con la excusa de que alguien se iba a comprar un chicle porque se había hecho con un duro y para gastar esa enorme cantidad de dinero íbamos unos cuantos en tropel y ya que estábamos aprovechábamos para ojear las revistas que los tenderos tenían expuestas tanto dentro como fuera de la tienda.
Hay que reconocer que la amabilidad de los tenderos, al menos en nuestro barrio, tenía un punto de partida que dependía del establecimiento, no era lo mismo parar en la narro que en la mercería o en la silvestre, en cada establecimiento tenían un carácter propio, lo que los unía era el cambio de actitud conforme nos arremolinábamos alrededor de las revistas.
Hoy puede parecer algo extraño, un grupo de adolescentes, algunos incluso preadolescentes asomándose al mundo a través de filas de revistas colocadas meticulosamente para que se viera el nombre y parte de la portada... Revistas que eran de todo tipo, desde las revistas para un público adolescente, las revistas que compraban metódicamente las madres cada semana, revistas especializadas para padres con una tirada mensual, e incluso algunas más subidas de tono que estaban siempre en una esquina, a la vista del tendero pero colocadas de manera discreta para que sus compradores pudieran elegirlas a la vez que algún periódico para guardarlas disimuladamente.
Los quioscos con revistas eran algo casi mágico y no encontrabas lo mismo en todos, había algunos que se habían especializado en sus nichos de mercado y traían revistas de importación, generalmente dentro de una especie de bolsita para que el agraciado comprador viviera una "experiencia premium" acorde al precio que desembolsaba por su revista.
A lo largo de los años hemos vivido la evolución de estos quioscos que parecían crecer en número al igual que lo hicieron los "todo a cien" de la época, hasta que poco a poco, como flores en un ramillete que se marchita, fueron desapareciendo hasta el punto en que casi es una proeza, digna de los exploradores de la ruta de la seda, encontrar una revista fuera de las cabeceras del corazón que se publique en formato papel y puedas encontrarla en un quiosco físico.
Hoy todo está a un golpe de clic, como la imagen de cabecera que ha sido dibujada por una ia y puedes leer cualquier revista o periódico de cualquier parte del mundo sin necesidad de levantarte de tu sofá. Pero hay algo que se pierde en este cambio, algo que va más allá de la nostalgia de una época pasada. El aroma del papel, la textura de sus páginas, la anticipación de lo que encontrarás en la próxima hoja, la emoción de descubrir una nueva revista o un nuevo tema que te fascina, la interacción con el tendero y tus compañeros de expedición, la sensación de formar parte de un ritual compartido, todo eso ha desaparecido en la era digital.
La era de los quioscos fue una era de descubrimientos, de intercambios, de emociones y de experiencias compartidas que fueron formando nuestra visión del mundo y nuestra identidad. Fue una época en la que el conocimiento y la información se sentían como tesoros a descubrir, no como algo que se podía obtener al instante con un simple clic.
Aunque la tecnología ha aportado innumerables ventajas, incluyendo el acceso a una cantidad infinita de información y la capacidad de comunicarnos instantáneamente con personas de todo el mundo, también ha eliminado algunas de las experiencias más humanas y auténticas. Quizá por eso, a pesar de todo, aún hay quienes se resisten a dejar morir los quioscos, quienes siguen buscando esa interacción humana y esa sensación de descubrimiento que solo ellos pueden ofrecer.
En la era de los quioscos, cada visita era una aventura, cada revista un nuevo mundo por explorar, y cada página una invitación a aprender y crecer. Fue una época en la que la curiosidad y la imaginación se nutrían de forma tangible, y aunque esos días puedan parecer lejanos, su espíritu sigue vivo en aquellos que aún valoran la belleza de lo tangible y la magia de lo desconocido.