Entre el hype y la realidad: empresas AI First y el espejismo de la productividad

La Inteligencia Artificial promete transformar las empresas, de copilotos obedientes a agentes autónomos, de estructuras pesadas a equipos mínimos. Pero persiste la pregunta incómoda: ¿quién se beneficia realmente de la productividad que nos vende la IA?

Entre el hype y la realidad: empresas AI First y el espejismo de la productividad
Photo by Jake Hurley / Unsplash

Hay un momento, casi inevitable, en el que cualquier empresa que se considere mínimamente moderna se enfrenta a la gran pregunta: ¿estamos preparados para ser una organización AI First o solo estamos jugando a parecerlo?

Hace unas semanas asistí, aunque sea en diferido, a la Jornada de Inteligencia Artificial organizada por la Cámara de Comercio de Navarra, un encuentro donde se habló de todo: del paso de la IA como copiloto a su nuevo rol de agente autónomo, de la promesa de empresas más pequeñas y ágiles gracias al boot scaling, de los dilemas de productividad que nadie quiere resolver en voz alta… El vídeo completo está disponible aquí, por si alguien quiere escuchar los matices de primera mano. No voy a centrarme en Navarra, aunque la jornada tuviese ese marco, porque lo que allí se planteó es universal.

Durante años nos hemos conformado con que la IA fuese un copiloto obediente, herramientas que nos sugerían correcciones, automatizaban tareas rutinarias o nos ayudaban a filtrar información. Pero el discurso de esa jornada iba mucho más allá: los nuevos agentes inteligentes ya no esperan instrucciones constantes, actúan. Planifican, ejecutan, aprenden y corrigen sobre la marcha. El atractivo es evidente: delegar procesos enteros y liberar tiempo para lo que supuestamente importa más. El vértigo también: porque cada decisión que sueltas implica aceptar que el error no es un “fallo de la máquina” sino parte de tu proceso empresarial. Y aquí surge la pregunta que nadie en la sala quiso formular con toda la crudeza: ¿queremos realmente agentes autónomos o preferimos la ilusión de que los controlamos?

Otro de los debates, casi soterrado, giraba en torno a la productividad. La promesa de la IA es clara: menos fricción, más resultados. Pero alguien deslizó la pregunta incómoda: si la IA multiplica la productividad, ¿quién se beneficia? ¿El empleado, que debería ganar tiempo libre, o la empresa, que solo ve margen de beneficio? Lo llamaron el dilema de la productividad, y me parece una descripción bastante elegante de un conflicto mucho más áspero. La tecnología promete liberar tiempo, pero el mercado rara vez devuelve ese tiempo a las personas. Quizá por eso, en medio de tanto entusiasmo por el futuro, flotaba un aire de advertencia: si la IA solo sirve para exprimir más en menos tiempo, habremos perdido una oportunidad histórica.

Mientras algunos soñaban con alcanzar la AGI, esa Inteligencia Artificial General que iguale o supere la capacidad humana en cualquier tarea, otros recordaban el detalle menos glamuroso de todo esto: sin datos limpios y gobernados, la IA no funciona. Proyectos como Aire y herramientas como Tentakel, mencionadas durante la jornada, ilustran muy bien el enfoque práctico: centralizar y proteger el dato, evitar dependencias tecnológicas tóxicas, y convertir la interacción con la información en algo natural, casi conversacional. En otras palabras: antes de soñar con un agente que tome decisiones por nosotros, asegurémonos de que sabe dónde mirar y que los datos que ve no están contaminados.

Uno de los conceptos más llamativos fue el de boot scaling: la idea de que las empresas del futuro serán más pequeñas, ligeras y eficientes gracias a la IA. Suena bien. Es inspirador imaginar equipos reducidos capaces de operar como compañías enteras. Pero también es un espejismo tentador: sí, la IA puede automatizar tareas que antes exigían plantillas enteras, y sí, la coordinación entre agentes inteligentes puede suplir burocracias completas. Pero la empresa no es solo procesos. Es cultura, es confianza, es la suma de decisiones pequeñas que no siempre son racionales ni optimizables. Pensar que todo se resolverá con algoritmos y agentes autónomos es olvidar que el valor humano sigue siendo la única ventaja competitiva difícil de replicar.

Al terminar la charla y cerrar el vídeo, me quedó la sensación de que vivimos entre dos relatos: el hype futurista, donde la IA resolverá todo y las empresas serán pequeñas naves veloces, y la realidad gris, donde la adopción es lenta, la resistencia cultural es enorme y el riesgo de usar IA para hacer lo mismo de siempre, pero más rápido, es altísimo. Tal vez lo único honesto sea admitir que estamos en un punto intermedio. Que la IA no es magia, ni tampoco una amenaza inminente, sino una invitación a repensar cómo trabajamos y para qué.

El vídeo de la jornada es recomendable, sobre todo para ver cómo conviven el entusiasmo y la cautela en la misma sala, lo puedes ver a continuación.

Y la próxima vez que alguien en la oficina hable de ser AI First, quizá valga la pena preguntar: ¿primero… para quién?