Cuando se cae la IA (y todo lo demás)
Cuando ChatGPT se cae, no solo se apaga una IA. Se detiene una rutina. Una dependencia. Y un modelo de productividad que no hemos aprendido a cuestionar. ¿Qué pasa cuando la herramienta falla y con ella nos tambaleamos nosotros? Quizá no es el sistema. Quizá somos nosotros.
10 de junio de 2025. Martes. Dos de la madrugada en la costa este de EE.UU., media mañana en Europa. El mundo sigue girando, pero algo se apaga. Literalmente.
OpenAI sufre uno de los outages más largos y extendidos de su historia. ChatGPT, su API y el servicio de Sora se desploman. Diez horas de desconexión forzada. Para algunos, un inconveniente. Para otros, un pequeño apocalipsis productivo.
No es la primera vez, ni será la última. En lo que llevamos de 2025 ya vamos por tres: enero, marzo, junio… y eso que aún no hemos llegado al Black Friday. En los foros técnicos hacen cuentas: un 99,33% de disponibilidad suena bien hasta que descubres que son más de dos días y medio de inactividad al año. Sobre el papel, tolerable. En la práctica, demoledor.
¿El problema? No es la caída. Es la costumbre.
Nos hemos acostumbrado a tener a la IA como copiloto (y a veces como conductor principal). El 49% de las empresas ya usa ChatGPT, el 93% quiere usarlo más, y un 68% de quienes lo usan en el trabajo no se lo cuentan a sus jefes. Por si acaso.
Los outages no solo desconectan servidores. Desconectan rutinas, procesos, agendas. Paralizan departamentos de atención al cliente, complican tareas académicas, inutilizan aplicaciones que dependen de la API. De repente, volver a escribir un correo a mano se siente como plantar patatas con una cucharilla.
Y en medio del caos digital, el humor funciona como catarsis. "ChatGPT está caído... significa que tengo que escribir mis propios emails. Enviad oraciones", decía alguien en X con más resignación que risa.
Pero más allá del meme, hay un mensaje serio que se nos escapa entre píxeles: no podemos construir la operativa de nuestras vidas (ni de nuestras empresas) sobre la promesa de una herramienta que no controlamos. Por muy brillante que sea.
No es solo OpenAI
Lo preocupante es que no estamos hablando de una excepción, sino de un patrón.
Solo dos días después del colapso de OpenAI, el 12 de junio, Cloudflare, Google Cloud, AWS y Microsoft Azure protagonizan una caída global que afecta desde plataformas de streaming hasta aplicaciones de inteligencia artificial, pasando por herramientas de e-commerce y mensajería.
El origen: una falla en la infraestructura de Google Cloud que arrastra consigo servicios clave de Cloudflare y deja a medio planeta sin acceso fluido a Spotify, Discord, Gemini o Shopify. Hasta Character.AI entra en modo silencio.
Microsoft también ha tenido lo suyo. El 1 de marzo, Outlook, Teams y Office 365 se tomaron el día libre por culpa de una actualización fallida y errores de red. El 18 de marzo, Azure pierde conectividad en la región Este de EE.UU. tras un corte físico de fibra. 2025 y seguimos tropezando con piedras del siglo XX.
Tecnología útil, pero no invulnerable
Cuando todo va bien, la IA nos ahorra tiempo (dicen que hasta 10 horas por semana). Nos ayuda a redactar, programar, analizar, decidir. Pero cuando falla, se lleva consigo más de lo que pensamos: nuestra capacidad de respuesta, nuestra eficiencia… y, en algunos casos, nuestra dignidad profesional.
Porque hemos delegado tanto que ya no sabemos hacer sin ella. Y eso, en el fondo, también es un fallo del sistema. No técnico, sino cultural.
¿Soluciones? Varias, pero ninguna mágica. Diversificar proveedores. Implementar sistemas de respaldo. Diseñar planes de contingencia reales, no solo en PowerPoint. Y sobre todo, no olvidar que la mejor herramienta sigue siendo la que tienes entre las orejas.
Hay quien todavía se resiste a esta idea. Pero también hay quien, en cada caída, redescubre que puede escribir, pensar o decidir por su cuenta. Que no es poco.
Porque al final, el verdadero problema no es que ChatGPT se caiga. Es que cuando se cae, nos caemos con él.
Y eso no es fallo del sistema… es fallo de diseño. Del nuestro.