A soplar las velas
Hoy es mi cumpleaños, otra vez.
No es una exageración ni una excusa para pedir más regalos —aunque admito que una celebración doble no suena mal del todo—. Es simplemente lo que hay: dos fechas, dos historias, dos formas de estar vivo. Una, la que dice el calendario: 6 de junio, la de siempre. La otra, la que se me impuso sin preguntar: 9 de abril de 2024, el día del accidente. Aquel día que partió el relato, que obligó a reescribir el guion a mitad de página, sin margen, sin corrector.
Ese día ya no se olvida. Ni se disimula. Ya no se puede vivir como si no hubiera pasado.
Desde entonces, cumplir años dejó de ser un gesto automático. Ahora es algo más parecido a pasar el dedo por las cicatrices que me acompañan: una forma de saber que aún estoy, aunque no todo esté como antes. Este es mi segundo cumpleaños post-accidente. El segundo con este cuerpo nuevo, este lenguaje más lento, estas preguntas sin respuesta inmediata.
Y aun así —o quizá por eso mismo— hoy soplaré las velas.
Puedes suscribirte, si quieres.
Hay textos que no se leen, se acompañan.
No spam. Unsubscribe anytime.
Ser Géminis me viene bien para explicar lo inexplicable. Hay dos versiones de mí que conviven a diario: el que era antes del 9 de abril y el que vino después. No se pelean, pero tampoco se terminan de entender. Uno hace como si nada. El otro no puede. Uno bromea. El otro mira en silencio. Los dos tienen razón.
Y ambos cumplen años.
Así que sí, hoy brindo. Por todo lo que tengo, por lo que conservo, por lo que volvió. También por lo que aprendí a soltar. Y, sobre todo, por los que no están. Los que no están porque se los llevaron, sin permiso, sin explicación, sin justicia. Ellos, aunque no estén a mi lado para soplar las velas, están. Siempre están. En la ausencia. En la música. En la fotografía. En los gestos que repetimos sin darnos cuenta.
Y también por los que se fueron porque no querían estar. A esos no les guardo nada. Ni rencor, ni espera. Cada uno es libre de irse cuando lo necesite. Y si alguna vez quieren volver, que sepa que esta puerta —como yo— sigue abierta.
Hoy no necesito hacer balance. Solo encender las velas, cerrar los ojos un segundo y soplar. Sin pedir deseos. Sin esperar nada. Agradeciendo lo que tengo.
Soplar, simplemente, porque seguimos aquí.